23 LUNES DE LA VIII SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO, feria
MISA de feria (verde).
MISAL: cualquier formulario permitido (véase página 73, n.5; y en el presente año jubilar: pp. 26s, nn. 16. 24), Prefacio común.
LECCIONARIO: Volumen IV (o bien: Volumen III-par de las nuevas ediciones).
- 1 Pe 1, 3-9. No habéis visto a Jesucristo, y lo amáis; creéis en él, y os alegráis con un gozo inefable.
- Sal 110. R. El Señor recuerda siempre su alianza
- Mc 10, 17-27. Vende lo que tienes y sígueme.
LITURGIA DE LAS HORAS: oficio de feria.
CALENDARIOS:
Osma-Soria: Beato Julián de San Agustín, religioso (ML). Orden de San Juan de Jerusalén: Beato Guillermo Apor, obispo y mártir (ML). Paúles e Hijas de la Caridad: Santa Juana Antita y Nouret (ML).
el título completo del cuadro es Visión de fray Julián de Alcalá de la ascensión del alma de Felipe II, y su autor es nada menos que Murillo. Se trata de un óleo sobre lienzo de 170 × 187 centímetros, fechado entre 1645 y 1646, que formaba parte de la serie de trece lienzos dedicados a diferentes santos franciscanos, entre ellos tres que recreaban escenas de la vida de san Diego, que le fueron encargados a Murillo por el convento de San Francisco de Sevilla, los cuales fueron colocados en el denominado Claustro Chico. Los cuadros fueron expoliados en 1810 por el mariscal francés Soult, encontrándose hoy dispersos por diferentes ciudades españolas y extranjeras, estando incluso alguno de ellos en paradero desconocido.
El cuadro que nos ocupa se conserva en el Sterling and Francine Clark Art Institute de Williamstown, Massachusetts, sin que tenga ningún dato acerca de las circunstancias que lo llevaron desde España hasta los Estados Unidos. Aunque no compré el catálogo, gracias a la pericia de mi mujer pude disponer de la página oficial de la exposición.
Por lo que yo sé este cuadro de Murillo es muy poco conocido, no soliendo figurar entre las recopilaciones de sus principales obras. Sin embargo, basta con contemplar una fotografía suya tomada de la citada página web para comprobar que su calidad es notable, representándose en él al beato Julián de San Agustín, o de Alcalá, mostrando a varios personajes la ascensión al cielo del alma del rey Felipe II, fallecido en 1598.
Curiosamente el propio protagonista del cuadro es, pese a su vinculación con Alcalá, bastante poco conocido, y eso que una calle y una plaza del sur del casco antiguo llevan su nombre, por cierto tildándole de santo pese a que oficialmente tan sólo es beato. Así pues, ¿quién fue fray Julián de Alcalá?
Julián Martinet -éste era su apellido- era hijo de Julián Martinet, un francés de Toulouse huido de las guerras de religión que asolaron Francia en el siglo XVI y de la española Catalina Gutiérrez. Tras ingresar como hermano menor en el convento alcarreño de la Salceda -otro curioso paralelismo con san Diego-, su excesivo rigor penitente motivó su expulsión del cenobio. Marchó entonces a Santorcaz y se puso a trabajar como sastre, hasta que poco después se uniría al misionero Francisco de Torres recorriendo con él diversos lugares de España. Gracias a la recomendación de su mentor fue readmitido en la Salceda, pero tomado por exaltado y por loco volvió a ser expulsado, convirtiéndose entonces en ermitaño y asentándose en un monte cercano.
Respetado por los lugareños, que le tomaban por santo, sería readmitido una vez más en el convento, pudiendo al fin profesar como hermano lego adoptando el nombre de fray Julián de San Agustín. Volvió entonces a reunirse de nuevo con el padre Torres, que por entonces se encontraba en el convento de Alcalá, ejerciendo de acompañante del predicador. De allí lo enviarían al convento de Ocaña para poco después volver al de Alcalá, donde residiría ya hasta su muerte. Ejerciendo labores de limosnero y volcado con los pobres y los enfermos se distinguiría por su amor a la penitencia y su humildad, alcanzando fama de santo y también de gozar del don de la profecía. Cándido de carácter -Lope lo calificó de sabio para Dios y simple para el mundo-, incluso los propios profesores de la vecina Universidad le consultaban sobre diversos temas convencidos de que estaba imbuido de la gracia divina. Dentro de este mismo entorno habría que encuadrar el cuadro de Murillo donde, como ya he comentado, se recoge una visión mística del humilde lego franciscano.
Gozó del favor de la reina Margarita de Austria, esposa de Felipe III, quien le llamó a la corte para conocerlo personalmente, y ya en vida se le atribuyeron numerosos milagros, multiplicándose éstos tras su muerte. Su cadáver sería venerado por toda la ciudad durante dieciocho días, tras los cuales fue depositado en una capilla del convento al tiempo que el pueblo alcalaíno le consideraba santo. Lope de Vega le dedicaría en 1638 la comedia titulada El saber por no saber y vida de San Julián de Alcalá. Finalmente sería beatificado por León XII el 23 de mayo de 1825.
Lamentablemente el rastro de sus reliquias se perdería con el tiempo, probablemente a raíz de la demolición del convento de San Diego a mediados del siglo XIX, por lo que tan sólo queda hoy en Alcalá como recuerdo suyo la citada referencia en el callejero complutense, habiendo pasado completamente inadvertido en 2006 el cuarto centenario de su muerte.
(Datos tomados de:
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